Día 17


              Corre, sigue corriendo. Uno, dos. Uno, dos. No mires atrás, no puedes mirar atrás. Hace tiempo que perdiste ese lujo. No tienes la posibilidad de parar, si lo haces todo acabará, aquí y ahora. Pero... ¿sabéis lo peor de tener que seguir adelante sin parar ni un solo segundo? Lo peor de todo son las lágrimas, se van acumulando, acuden a tus ojos, deseando salir, tanto como tú deseas escapar de todo. Escapar de los problemas y de las tonterías que el mundo te depara. Pero en mi caso los problemas me persiguen, me persiguen y no dan un segundo de descanso. Porque tienen hambre y quieren devorarme, acabar conmigo. Humn.... Acabar conmigo... Unos mitos de dolor, de inaguantable sufrimiento y todo llegaría a su fin. 
No más prisas, ni más agonía, ni más: ¿Qué pasará mañana? 
                En un segundo acabaría todo, para siempre. Un viaje de no retorno. No puedo pensar de ese modo, Cherry me está esperando. Sé que en este mismo instante está pensando en mí como yo en ella. Por ese motivo no me detuve ni un solo segundo, seguí corriendo y corriendo por las calles de la ciudad, con los putos muertos pisándonos los talones. Corrimos, corrimos sin mirar atrás hasta llegar a nuestro refugio. Las tres personas que nos habían salvado en aquel callejón también se guarecieron en el almacén.

                Los putos muertos nos siguieron hasta allí. Así que en unas pocas horas tuvimos que volver a correr. Pero en esas horas me dio tiempo a darme cuenta de lo falsa que puede llegar a ser Wendy y lo rastrera que es Rosse. También me di cuenta de lo ingenua que es la gente. Wendy estuvo encandilando a Jonathan (un señor entrado en años), a si se llamaba uno de los nos salvó. A cambio de protección y comida Wendy vendería su alma al diablo. Pero en esta ocasión solo abrió las piernas, como de costumbre. Después amenazó con contárselo a su mujer, y… ¿¡Adivináis quienes es su mujer!? No sé cómo fue posible pero a si es, ella nos encontró y nos salvó de los zombis. Comenzó a disparar con un  rifle de cazador de su marido, Jonathan. Allá va. La mujer e Jonathan es la Sra. Smeet. Si, nuestra profesora de Lengua, la que me mandó que escribiera este diario. El mundo es un puto pañuelo, tan mugriento y lleno de porquería que es imposible no toparse con alguna mierda.
                Después de suplicas y más suplicas Wendy se salió con la suya y “nos” consiguió comida, y una escopeta y otra pistola.( El “nos” lo pongo entre comillas, porque conociéndola no nos las daría así por las buenas, pediría algo a cambio)
                Tras entablar una conversación más o menos larga con la Sra. Smeet comprendí que no era la bruja asquerosa por la que se hacía pasar en el instituto. Si no que era una adorable anciana con los pies en la tierra y un buen par de cojones.  Me contó que los zombis entraron en su casa cuando su marido estaba durmiendo, que ella cogió la lámpara de la camilla de noche y atizó al zombie que había irrumpido en la habitación hasta abrirle el cráneo, después despertó a su marido y los dos salieron de la casa armados con las armas que Wendy nos había conseguido (dejándoles a ellos indefensos) y un puñado de pastitas.
                Cuando los muertos lograron romper la puerta del almacén, comenzaron mis clases prácticas de tiro. Pronto me familiaricé con la 9 mm que nos dejó Cherry y empecé a ser realmente una ayuda.  Terminamos la matanza, cogimos nuestras pertenencias y nos fuimos corriendo. Erik, la tercera persona que comente antes que nos salvó, hizo un puente a un camión del almacén y subimos allí. Nos dirigimos hacia las afueras, todo fue tranquilo, hasta que los faros del camión iluminaron entre la oscuridad de la noche a un transeúnte al lado de la autopista.