Día 23


             La luz de la luna llena inundaba de alargadas sombras el bosque circundante a la casa. Seguí corriendo y me escondí detrás de un árbol. El corazón me iba a 100 por hora, golpeaba mi pecho con fuerza. La adrenalina me hizo actuar rápido y poderme escabullir de la horda de muertos que rodeaban la casa, pero ahora su efecto estaba menguando, y de nuevo el miedo me supero. Pero esta vez logré controlarlo. Ya sabéis, no soy cobarde, pero inevitablemente estas situaciones de vida o muerte quieras o no te superan, aunque seas el “más valiente”. Había dejado atrás a los zombies en el momento en el que decidí deshacerme de la señal de tráfico, ya que lo único que hacía era  ralentizarme y cansarme más de lo necesario. Sin embargo, por lo que parecía no me había alejado lo suficiente de ellos. Los lamentos  y el crujir  de las ramas al romperse al pisarlas me habían seguido hasta allí, y cada vez los tenía más cerca. El tiempo corría y mi mente estaba embotada (solo pensaba en la cantidad de zombies que se habían reunido alrededor de la casa). No podía pensar, miraba a los lados, intentando encontrar algo, aunque no sabía el que. Era gracioso lo tranquilo que parecía el bosque a pesar de todo lo que estaba sucediendo a sus pies. A través de de las ramas se podía ver la luna, redonda y blanca. En la copa de uno de los árboles había un búho iluminado por la luz de la noche, me miraba fijamente, supongo de pensar estaría pensando, ¿Qué hace hay parado, porque no huye? Le devolví la mirada, y en ese momento no sé si por la desesperación o el que fue, pareció que el búho señaló hacia mi izquierda. Cerca de donde estaba había una piedra, lo suficientemente grande y pesada como para poder hacer bastante daño. Me arme de valor y agarré la piedra. Con la piedra en la mano, bien aferrada, me abalancé contra uno de ellos. Caí encima del zombie, el primer golpe no fue lo suficiente como para romperle la cabeza, así que comencé a darle más y más golpes, uno detrás de otro.  La sangre medio coagulada salpicó por todas partes, y mi ropa (Que robé durante la semana que estuvimos huyendo de los zombies) quedó casi por completo empapada en sangre. La piedra y mi mano se habían teñido de un color escarlata oscuro. La cabeza estaba machacada, casi no había resto del cráneo y entre los trozos de hueso había una masa viscosa y sanguinolenta. En el momento en que toda aquella sangre había salido, un olor espantoso me azotó la cara. Era un hedor tan intenso que casi se podía tocar.  Otro de ellos se acercó por detrás moviendo la cabeza,  modo serpiente, no tenía brazos y sus intestinos arrastraban por el suelo desde un gran agujero en la tripa. Me giré y le di una patada en las costillas (recuerdo que durante varios años he estado yendo a clase de judo durante bastante años, ahí es donde conocí a Ryan, (Día 1 del diario) el zombie salió volando un par de metros hasta chocar con el tronco de un árbol, me sorprendió lo fácil que había sido derribarlo de una patada, a penas pesaba. Fui hacia él y dejé caer con fuerza la piedra sobre su cabeza, enseguida dejó de moverse.  Si había hecho bien mis cuentas y no se había unido ninguno al grupo que me perseguía, solamente me debían de quedar 2 ó 3 por matar. Fui andando hacía donde se supone que había dejado la señal, pero fue difícil de encontrar, ya que cuando estaba corriendo en lo menos que pensaba era el camino que estaba tomando. Seguí andando por el bosque sin ningún imprevisto, por fin encontré la señal, pero estaba al lado de un grupo de zombies, y cada vez que se alejaba más de mi posición y se acercaba al principio del bosque había más y más. Estaban andando, despacio, algunos arrastrando los pies, otros arrastrando el cuerpo entero, parecía como si al haberme seguido un pequeño grupo todos se hubieran dispuesto a seguirlos a ellos. Por suerte, había una distancia bastante grande entre muerto y muerto así que decidí acercarme de frente a ellos y coger la señal, total, eran lentos y no pesaban nada, de un empujón, o atada se les podía apartar. Fui corriendo, los brazos de los zombies se abalanzaban sobre mí, pero los esquivaba agachándome o con una patada. Llegué a donde estaba la señal, y a partir de ahí fue un poco angustioso, cada vez estaban más cerca y cada vez lo tenía más difícil para esquivarlos. Fui dando ostias a diestro y siniestro, como si de un bate de béisbol se tratase, con cada golpe varios zombies se caían al suelo. Ya estaba cerca de la casa. Podía ver las velas iluminando el interior entre las rendijas de los tablones que bloqueaban las ventanas. Las escaleras que subían al porche estaban bajo mis pies, cuando un zombie me agarró, y me hizo caer. Me di con el suelo en la cabeza. Todo se hizo borroso, y cuando estaba a punto de desmayarme, una voz irrumpió en mi cabeza. Me giré y vi una silueta de un chico. Lo único que pude decir antes de perder el conocimiento fue: Ryan…